Docentes expertos de SNHU: artículo de Natalia Verónica Soto Coloballe

Tomas Grenon

Última actualización: 30/08/2022

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experiencia de los docentes de SNHU

Southern New Hampshire University ofrece una educación en línea dictada por profesores expertos en cada disiciplina. Un ejemplo de esto es el artículo publicado por la profesora Natalia Verónica Soto Coloballes.


El aire, esa capa gaseosa que rodea la Tierra y es de gran importancia para la respiración humana y la vida, puesto que además protege de los rayos solares y permite que se produzca el ciclo hidrológico, es un recurso compartido sobre el que hasta ahora no se ha podido poner fronteras ni límites políticos. El monitoreo de la calidad del aire es sumamente complejo por varias razones; entre ellas, que la atmósfera no es homogénea. 

La profundidad de la capa en la que vivimos, llamada troposfera, varía significativamente —va de los 8 a los 16 km—, lo que depende en gran parte de la temperatura. De modo que la troposfera es más gruesa en los trópicos que en las regiones polares y también en el verano que en el invierno. Y aunque está compuesta principalmente por nitrógeno y oxígeno, así como otros gases permanentes como el argón, neón, helio, kriptón, hidrógeno, óxido nitroso y xenón, también contiene pequeñas concentraciones de vapor de agua, dióxido de carbono, metano, monóxido de carbono, ozono, amoniaco, dióxido de nitrógeno, dióxido de azufre y ácido sulfhídrico, que varían considerablemente de un lugar a otro. La composición típica de la atmósfera limpia o considerada normal se estableció según algunos valores observados cerca del nivel del mar. En consecuencia, las sustancias gaseosas o sólidas en cantidad superior a su composición habitual son consideradas contaminación atmosférica.

Un contaminante se define como toda materia o sustancia en cualquiera de sus estados físicos que, al incorporarse o actuar en la atmósfera, modifica su constitución normal. No obstante, los contaminantes que por lo general se monitorean son los siguientes: ozono, monóxido de carbono, dióxido de sulfuro, óxidos de nitrógeno y el material particulado. Estos son conocidos como contaminantes criterio y han sido tratados como los más representativos de un estado general de contaminación en las grandes ciudades, a pesar de las cantidades considerables de químicos orgánicos volátiles, materiales sólidos y compuestos (sulfurosos, nitrogenados, oxigenados, halógenos, radiactivos) que están presentes en el aire y que lo ensucian. Todos estos contaminantes tienen en común que no pueden ser percibidos a simple vista por los ojos humanos, lo que los convierte en sustancias invisibles.

Los contaminantes criterio se monitorean de manera continua mediante métodos e instrumentos específicos y normalizados que se localizan en azoteas de sitios estratégicos. Estas mediciones son en realidad una estimación de lo que hay en el aire ambiente, puesto que las mezclas y reacciones simultáneas y múltiples entre los cientos de sustancias tóxicas —que, por cierto, dependen de las condiciones meteorológicas y climáticas— no pueden ser captadas y medidas por las redes de monitoreo y sus dispositivos. En este sentido, los datos generados por los instrumentos no son los contaminantes mismos, sino que se limitan a registrar ciertas características.

Por ejemplo, en el caso del material particulado, lo que se observa es su diámetro aerodinámico equivalente y no la extrema variedad de sus propiedades físicas y químicas. Esta elección está vinculada con el supuesto de que el volumen, la masa y velocidad de sedimentación dependen de su diámetro, lo que a su vez permite identificar su origen primario o secundario y fijar una conexión con los efectos en la salud humana. No obstante, se le considera un contaminante complejo debido a su amplia variedad de formas, tamaños y composiciones químicas. La mayoría de las partículas ostentan formas irregulares. El asbesto, por ejemplo, es semejante a barras, sin embargo, suele estudiarse  como esférico con el fin de determinar su tamaño. El material particulado no es uniforme químicamente, como lo es, por ejemplo, el monóxido de carbono —“una molécula de monóxido de carbono es idéntica a otra”—. Por el contrario, las partículas atmosféricas están formadas por una gran cantidad de compuestos orgánicos e inorgánicos, que varían según su tamaño, el lugar geográfico y la estación del año. La fracción orgánica incluye material biológico, pero también puede ser una mezcla compleja de ácidos, fenoles y alcoholes. La parte inorgánica puede estar compuesta por nitratos, sulfatos, polímeros, silicatos y metales pesados.

De lo anterior se deriva que aquello que cuantifican los instrumentos no es propiamente la partícula en sí, sino un rasgo de ella que es transformado en una cifra. Esto quiere decir que, mientras se seleccionan ciertos aspectos, otros permanecen al margen. Eso que llamamos contaminantes lo encontramos inscrito en cifras, en números que buscan representar lo que hay en el aire ambiente.

Lo que los dispositivos arrojan como mediciones son una serie de datos fabricados —tanto por los instrumentos como por los técnicos operativos—. Posteriormente, estos datos pasan por un proceso de limpieza, verificación y validación, conforme una serie de criterios previamente establecidos por sus gestores y ejecutados automáticamente a través del software Airvision. Este programa separa los datos que se consideran correctos de aquellos que no cumplen con los requisitos y también genera el Índice de la Calidad del Aire. Finalmente, esos datos son analizados e interpretados por un grupo de técnicos, de acuerdo con teorías y patrones sobre el comportamiento de los contaminantes en diferentes circunstancias y a lo largo del tiempo, con el propósito de gestionar y controlar la calidad del aire en formas que la hagan parecer segura y manejable. Así, tenemos que la noción de la calidad del aire no es exacta ni exhaustiva, sino que está llena de simplificaciones técnicas, a fin de ordenar el aire que respiramos. No obstante, esta noción es útil para tener idea de la situación.

La empresa de la cuantificación de la contaminación atmosférica enfrenta grandes retos. Entre ellos está la imposibilidad de obviar las diferencias geográficas, culturales, económicas, epistemológicas y políticas en el acto mismo de estimar los contaminantes e interpretar los resultados de las mediciones. Esto además de la dificultad de que los actores implicados se mantengan neutrales y que sus productos sean generales e intercambiables. Los instrumentos, las redes y los métodos de medición reflejan la complicación de deshacerse de perspectivas e intereses locales en el proceso de globalizar el monitoreo de las sustancias contaminantes.

No obstante, la reducción de la realidad y de los fenómenos es una práctica común. El éxito de la ciencia moderna radica precisamente en la esquematización de la complejidad, en organizar el mundo con la intención de dominarlo y producir certidumbre. En este entendido, la cuantificación aporta claridad, porque desaparece lo caótico e irregular de la realidad, presenta un mundo estable y por tanto gobernable sobre el cual tomar decisiones. Los datos producto de los instrumentos se valoran como evidencias precisas e impersonales, donde aparentemente la subjetividad del grupo que las hizo posible queda excluida. No obstante, la medición está en directa relación con las condiciones histórico-materiales, pues “los datos no se pueden separar de lo social porque siempre están situados en tanto que provienen de un lugar”. En este sentido, no existen aparatos, métodos, procedimientos, reglas y criterios autónomos, pues estos se encuentran atravesados por las ideas, creencias y conocimientos de sus diseñadores, fabricantes, gestores y usuarios. La supuesta autonomía de los sistemas de medición es una ilusión, resultado de la narrativa mecanicista de la ciencia y la tecnología, que en ocasiones es utilizada para no tener que dar explicaciones y también para señalar su aparente despolitización.

Natalia Verónica Soto Coloballes
Profesora de Southern New Hampshire University

El presente texto es parte del libro El aire de cada día: Política y medición de la contaminación atmosférica en la Ciudad de México (1960-2015).


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